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Las mujeres del cruce de Rivera

Con esta crónica de honda sensibilidad humana, el politólogo y líder político juvenil Humberto Perdomo comienza una serie de reflexiones para Suregión sobre temas diversos, en los que explorará experiencias vividas, sensibilidades, realidades sociales conflictivas de Neiva y de la región surcolombiana. En este primer texto, a partir de la observación de un grupo de mujeres que visitaban a los presos de Rivera, en el departamento del Huila, Perdomo despliega una reflexión conmovedora acerca de la condición de los presos y de sus familias, y sobre las inequidades del sistema carcelario colombiano.

Por: Luis Humberto Perdomo Romero*

Humberto Perdomo

Cuando yo tenía 6 o 7 años algún adulto de mi familia me explicó que las mujeres que se paraban los domingos en la tarde en el cruce de Rivera – sobre la vía de Neiva a Campoalegre – iban a visitar a sus familiares en la cárcel. En ese momento me informé que la otra calle de ese cruce era un camino que llevaba hasta la cárcel, y supe que en Rivera había un “centro penitenciario”. 

Hace poco pasé por el cruce y observé alrededor de 15 mujeres, hice memoria de algunas situaciones. Un día yo me transportaba en un bus desde Campoalegre hasta Neiva, tendría 12 años, en el cruce estaban varias mujeres y un grupo de ellas se subieron al bus en el que yo iba. Una de las mujeres ocupó la silla de mi costado derecho, era delgada, pasaba los 50 años y vestía una falda ancha de color naranja. Al sentarse puso una bolsa tejida con hilos sobre sus piernas – los mismos tejidos que en una conversación cualquiera, yo había escuchado que les enseñaban a elaborar en la cárcel a las personas detenidas-, pude ver que en ella llevaba unos recipientes de cocina. Sin darme cuenta a la señora le dio una convulsión extraña, miré que se estaba ahogando, le faltaba el aire, pensé que iba a morir y me asusté. Mientras yo voltee para pedir ayuda, ella sacó un tuvo azul en forma de L, se lo puso en la boca y regresó a la tranquilidad. Ahí me enteré que existía una enfermedad que se llama asma y ella la padecía. 

Las mujeres del cruce de Rivera las llevo en mi memoria, compartimos varias veces el mismo bus y ocasionalmente prestaba atención a sus conversaciones por la curiosidad que me generaban sus vidas. Ellas llevan una historia dura a sus espaldas, el dolor de ver a un familiar detenido en un centro penitenciario, expuesto al olvido, al señalamiento y otras violencias propias de estos lugares. Llevan a cuestas el recuerdo de que sus familiares fueron autores de un delito, por la necesidad de dinero, por las circunstancias del momento o por la misma satisfacción que le generaba cometerlo. Otras llevan el peso de la injusticia, pues sus familiares no son culpables o esperan que un juicio, que ha tardado por la ineficiente justicia colombiana, los saque de ahí. 

Estas mujeres luchan contra el olvido de sus parientes detenidos por años en una prisión. Para hacer memoria llevan tejidos, fotos, ropa y objetos. Llevan comida preparada por ellas mismas, para mantener presente la cotidianidad del hogar. Luchan contra la estigmatización, mientras la sociedad señala a sus familiares detenidos, ellas se encargan de mantener los afectos y tratan de fortalecer el tejido social que el sistema penitenciario está lejos de lograr. 

Sufren casi como propias las condiciones en las que viven sus familiares. El hacinamiento ha estado presente en el centro penitenciario. Recientemente el director ha manifestado que la capacidad de los pabellones es para un total de 986 internos, actualmente, tiene 1512 y en el pasado ha llegado a tener 1900 personas detenidas. Así mismo, han estado presentes las enfermedades, en el año 2019 se conoció un brote de paperas y un año antes hubo una alerta grave por tuberculosis. 

Las mujeres del cruce experimentan ellas mismas el olvido, la indiferencia y el silencio, del Estado, de las autoridades y de la sociedad que, tal vez, ha optado por asumir que el sometimiento a la justicia para quienes han sido detenidos por los delitos cometidos, debe ser resignarles a vivir en estas condiciones, a costa de su propio bienestar. 

A veces en silencio, tristes y con desesperanza, buscan la manera de mantener sus vidas. Son conscientes de que sus familiares fueron sometidos a la justicia por los delitos cometidos, y ellas, las mujeres del cruce fueron condenadas a la inquietud, rabia e infortunio, de visitar en un tiempo limitado durante un día a la semana a sus familiares en la cárcel.  

Actualmente hay varios debates, entre esos el abolicionismo penal o la justicia restaurativa, que se cimentan en marcos éticos y morales. Observando a las mujeres del cruce de Rivera, uno es consciente de la necesidad de un debate sobre las condiciones de las personas detenidas en los centros penitenciarios en el país. También surge la pregunta que lleva a pensar en qué condiciones socioeconómicas viven los familiares de las personas detenidas, de qué manera un centro penitenciario transforma la vida de quienes han cometido un delito para que no se vuelva reincidente y cuáles son las violencias a las que se condenan en este caso a las mujeres del cruce una vez sus familiares quedan detenidos. La idea de un sistema justica presupone fijarse no solo en condenas sobre quienes cometen delitos, sino también sobre el desarrollo de la vida de sus círculos familiares. 

* Luis Humberto Perdomo Ramírez es politólogo, recocido como líder estudiantil y juvenil en el Huila, es integrante del colectivo ambientalista Globo Verde

Créditos imagen destacada: Colegio Claretiano de Neiva (privado),pintura de una alumna en la feria de la ciencia y tecnología

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