Por: Juanita Alfonso

Estudiante de Comunicación Social y Periodismo

La noche del 31 de octubre de 1977 transcurre en una atmósfera pesada, cargada de tensión y gran expectativa. La TV neoyorquina se prepara para el especial de Halloween del distinguido programa The Night Owls. Pese a su viejo estatus, el show se encuentra atrapado en constante decadencia. Para Jack Delroy, su carismático presentador, esta emisión representa más que un mero episodio; supone más bien una oportunidad redentora para evitar la cancelación del programa. Aún consumido por el luto de la muerte de su esposa, Jack decide arriesgarse, trayendo a su show una serie de personajes tan contrastados como atractivos: un psíquico indio, un ilusionista escéptico, y una adolescente superviviente de un culto satánico en compañía de su tutora, una parapsicóloga capaz de contener al demonio que aún la atormenta. Lo que comienza como un intento por lograr cautivar a la audiencia se transforma rápidamente en un infierno literal, donde demonios del presente y del pasado se desatan sin control.

Esta es la premisa central de De noche con el diablo, la más reciente incursión en el género de terror de los hermanos Cameron y Colin Cairnes, lanzada en Colombia en septiembre de 2024 . Con buen tino los directores evocan el entorno televisivo de los años setenta, un telón de fondo que otorga un atisbo de autenticidad en un género del cine en decadencia. Mientras tanto se van explorando algunos de los temas más famosos del terror: exorcismos, cultos paganos y teorías conspirativas que asocian a la élite con rituales oscuros. Estos temas tan inquietantes, que en la vida real aún suscitan revuelo y fascinación, resuenan en la película con un eco un tanto perturbador. Figuras públicas, artistas e incluso influenciadores se ven envueltos en constante escrutinio de lo que realmente pasa en sus vidas, alimentando tanto el morbo como la paranoia de la audiencia contemporánea.

Si bien la trama no ofrece innovaciones muy grandes dentro del género, su ejecución sí es destacable en un momento donde el terror parece haber sucumbido a su propia complacencia. Así pues, nos encontramos ante un género saturado de clichés como el jumpscare o susto repentino, un recurso que, a través de cambios visuales repentinos y ruidos espeluznantes, pretende generan terror en gran intensidad pero con poca duración; sumado a esto, vale la pena mencionar el problema de la repetición de ideas trilladas y las tramas poco creíbles. En este panorama, De noche con el diablo propone una experiencia casi teatral, en tiempo real, donde el espectador se convierte en testigo de un programa de entrevistas que de repente comienza a desmoronarse. La brillante inclusión de cortes comerciales y escenas detrás de cámara, añade un tono de autenticidad que rara vez se ve en el cine de terror. Sin embargo, es precisamente en estas escenas entre bastidores donde la película comienza a flaquear, pues las narrativas se presentan de forma muy evidente por medio de diálogos que uno supone que subestiman la inteligencia del espectador. Este exceso de explicaciones diluye el misterio y transforma lo que podría haber sido una trama tan enigmática en una narrativa predecible.

Ya en el ámbito técnico, la película plantea algunas discusiones como la calidad de los efectos especiales. En su intento por emular la estética de la época, puede llegar a causar confusión en la crítica. Aunque intenta evocar la nostalgia como tributo a una era donde lo práctico superaba a lo digital, la calidad de los efectos se siente tosca y anacrónica, creando una desconexión que puede llegar a distraer en lugar de enriquecer la experiencia. De igual forma, el uso de imágenes generadas por IA puede tornarse como otro punto de debate, dejando al aire cuestiones sobre la ética en el cine contemporáneo.

De noche con el diablo no es para nada una película revolucionaria en el género, pero sí es un homenaje que lo respeta, un film atrapado entre el pasado y el presente, entre el tributo y la crítica. Los hermanos Cairnes ofrecen un relato que, si bien imperfecto, logra capturar la esencia del terror clásico, recordándonos que a veces el verdadero miedo reside no sólo en lo que vemos, sino también en lo que se oculta detrás de las cámaras.