Por: Gabriela Santamaría Zuloaga y Angela Lucía Fierro Santos
Estudiantes de Comunicación Social y Periodismo
Muchas personas hablan del “sueño americano”, pero existe una delgada línea entre sueño y pesadilla. Entre ríos, montañas y retenes migratorios caminan aquellos que se enfrentan a lo desconocido buscando una mejor vida. A través de Jahaciel David Párraga Leal, un joven venezolano de 22 años, nos adentramos en la ruta del Darién, sus siete países, las profundidades de la selva y aquello que dejan quienes se atreven a cruzarla.
Jahaciel David Párraga Leal llegó a Colombia, Neiva-Huila, hace aproximadamente seis años. Es de Maracaibo, Estado Zulia, y en un principio no tenía pensado darle un giro drástico a su vida emigrando a Estados Unidos. En un lapso de 48 horas, 24 antes de su cumpleaños número 21, tomó la decisión y se preparó. Cansado de las deudas y frustrado al no cumplir sus objetivos vio el primer mundo como el camino perfecto para salir de la miseria. Con el apoyo incondicional de sus tíos, su hermana mayor de la mano y sin un solo documento legal, se adentra en el único camino para los desterrados: la Selva del Darién.
¿Cómo es la trayectoria para llegar al Darién?
Comienza desde el terminal de Neiva, donde salgo junto a mi hermana mayor hacia Medellín. Todos los trayectos fueron en bus. De Medellín a Montería, luego de Montería a Necoclí. Cuando llego a Necoclí me encuentro con mi guía, esta persona que cobra el paquete de aproximadamente 320 dólares que cubre el paso durante los cuatro campamentos. Estos cuatro campamentos son conocidos como “La selva”, cuatro campamentos que se pasan el primero en lancha, en carro y a pie. El plan cubría la comida y gastos necesarios como transporte y orientación.
¿Hay implementos necesarios para pasar la selva?
Lo importante era no llevar el bolso tan cargado, llevar lo estrictamente necesario. Principalmente compramos comida de larga duración, botas de caucho, dulces y medicamentos. También compramos estas pastillas de cloro, pero totalmente consumibles, para purificar el agua y carpas para acampar, todo esto por fuera del paquete. Un gasto como de 60 dólares, lo cual involucró otro poquito de presupuesto en comida y en comprar una olletita como para calentar cositas o cualquier cosa que hiciese falta. Cada uno llevaba cuatro mudas de ropa, dos deportivas y dos muditas casuales para al momento de llegar a Panamá estar un poquito más presentables.
¿Cuál fue tu primera impresión?
Cuando arrancamos hacia la primera ruta, la primera lancha, todo me pareció muy sofisticado. Incluso había salvavidas y a pesar de lo poco seguro, la verdad todo estaba bastante preparado. Esto ya es un mercado muy comercial, por lo tanto la gente lo maneja como algo normal. Entre viajes hay lugares para comer donde por 15.000 pesos colombianos te venden un almuerzo completo. En estos lugares hay tomacorrientes, puedes cargar tu celular y te venden cosas como Coca-Cola y demás productos. A pesar de lo lejos que está y lo inhóspito, está bastante actualizado.
¿Cuánto se puede tardar alguien en pasar la selva?
La duración de los campamentos depende del individuo. Hay personas que lo pasan en cinco días, otras en tres días, 8 días… Yo duré 4 días, pero es que si te cogen las 6:00 – 6:30 P.M. es muy tarde para el recorrido, ya que el guía no avanza de noche. Además, hay cierto margen hasta donde este guía colombiano llega; él nos dice más o menos la ruta, señalada por pañuelos azules, y de ahí en adelante debemos seguir solos ya que el perímetro en el que a él le permiten avanzar es hasta ahí o puede ser detenido por trata de blancas.
En sí la selva es muy exigente. De hecho, llegué a pisar gente muerta. Vi mujeres embarazadas sin signos vitales y personas en descomposición. Allá se ven muchas cosas; se ve ropa tirada, se ven juguetes de niños, de todo. Parece un basurero, o sea, uno ve lo que la gente va dejando, o pues bueno, lo que la selva les va quitando.

De todo el trayecto, ¿cuál fue el momento que más te marcó?
En uno de los límites había un río seco, nos dijeron que por ahí podíamos pasar más rápido. Necesitábamos pasar rápido porque es un margen donde hay entidades indígenas que no están acostumbradas al trato con civiles, así que no sabíamos qué podía pasar. Este río tiene de 50 a 100 metros de ancho. Cuando ya habíamos recorrido 20 o 30 metros, casi llegando a la mitad, el río comenzó a crecer. La cantidad masiva de agua que venía del lado y lado no nos permitía ni avanzar ni retroceder. No sabía qué hacer, mi hermana lloraba y el agua me llegaba al ombligo.
El agua subió en cuestión de segundos y aunque suene cliché, apareció un milagro: un señor en una Tijuana, lo que para ustedes es una canoa. Este venía bajando de la orilla, alcanzamos a gritarle y a hacerle señas. El hombre hizo tres viajes de 3 o 4 personas y nos alcanzó a llevar hasta la otra orilla. Fue una situación bastante estresante y frustrante ya que no sabíamos qué hacer, era algo que se me salía de las manos y simplemente fue la mano de Dios obrando de gran manera.
Cuando saliste de la selva, ¿cómo te recibieron los países que tenías que atravesar para llegar a la frontera?
Cuando llegamos a Panamá tocaba comenzar a hacer filas, filas numéricas para poder hacer una especie de paz y salvo que nos permitiera el ingreso y la travesía durante Panamá. Tocaba llegar también a un punto de la ONU, donde la ONU nos autoriza, como migrantes venezolanos, el paso durante estos países. Costa Rica, Honduras y Nicaragua fueron países que en el transcurso de 36 horas ya habíamos pasado. Son países de poca extensión, de un patrulleo bastante bajo, no fueron muy difíciles de pasar. No gastamos en hoteles ya que era de terminal en terminal, de parada en parada, de bus en bus. Cuando llegamos a Guatemala ya se sintió la tensión, era el último país antes de México.

¿Cómo fue cruzar la frontera en México, cómo reciben las autoridades a los migrantes?
Ya nos habían dicho que México era lo más difícil y complicado de toda la trayectoria. Definitivamente lo que me dijeron quedó corto. El equipo migratorio de México es súper brusco, no median palabras con los inmigrantes, es muy complicado de pasar. Tienes que cuidarte de la migración y tienes que cuidarte de los capos que buscan extorsionar a los migrantes.
Fue aproximadamente por Tijuana, Baja California, donde nos entregamos por primera vez. Llegan las autoridades, nos cogen, nos piden identificación, nos quitan todo y nos llevan a una penitenciaría donde nos separan por hombres y mujeres. Me quitaron los cordones, me quitaron el pantalón, solo me quedaron los zapatos y me entregaron una sudadera negra, un buzo manga larga gris y aproximadamente dos metros de papel aluminio, el cual te ayuda a conservar el calor ya que es un lugar supremamente frío. Además, cada seis u ocho horas nos daban un burrito con una especie de carne embutida que no te sé explicar y agua. Esto después de 8 horas para mí era la gloria.
¿Cuánto tiempo duraste detenido?
A mí me tuvieron como 24 o 30 horas. Recuerdo que a mi hermana la soltaron en aproximadamente 16 o 20 horas, se demoraron un poco más conmigo. Resulta que me llamaron y me entrevistaron. Me hicieron la prueba de miedo creíble, la cual no sé si pasé. Me hicieron una serie de preguntas y esto pasó como 4 o 6 veces hasta que la última vez me llamaron y me dijeron que me iban a deportar nuevamente. Con lágrimas en mis ojos y con las esperanzas totalmente en el piso me dejan otra vez en Guatemala: de nuevo en la frontera con México.
Y tras ser deportado, ¿pensabas en regresar o intentarlo nuevamente?
Volví a ingresar a Estados Unidos por otra ruta. Nuevamente es el mismo protocolo: nos cogen estas personas, pero esta vez nos llevan a una cárcel federal dedicada a personas migrantes. Me asusté un poco, no sabía qué pasaba, me sentía preso. Yo alcanzo a entender que me metieron ahí como para examinarme, para ver mi comportamiento como persona.
A pesar de todo, el trato allí era más humano, estaba bien, no sabíamos cuándo salía el sol ni cuándo se metía, pero ya eran las tres comidas al día, tenía algo con qué abrigarme y tenía una cama para mí.

¿Cuándo y cómo logras salir de allí?
El 17 de diciembre, después de 90 días allí, me llaman y me dicen que me van a permitir salir, me dan los puntos de acceso y los tribunales donde me debo presentar cada 24 días. Me dieron un celular que solamente es para pasar una foto mía todo los días, además es en este donde me van a llamar para cualquier proceso migratorio. Me devolvieron mi pasaporte, y yo más contento y más alegre que mejor dicho. Llené varios formatos con mi documentación y todo, firmé los permisos y me dieron la salida.
Bueno, y después de tanta travesía ¿cómo te encuentras actualmente? ¿Te arrepientes de la decisión que tomaste?

Definitivamente lo volvería a hacer. Al corto tiempo que llevo, seis meses de poder estar laborando, he podido ayudar en cantidad a mi familia, lo que no pude hacer durante 5 años en Colombia.Mi trabajo queda cerca de la localidad donde vivo y estoy relativamente bien económicamente, estable físicamente y emocionalmente bien. Sin duda alguna lo volvería a hacer.
Creo que para mí, de esta experiencia, resalto que es importante persistir y seguir a pesar de cualquier situación difícil que se nos presente. Por más nublado que se torne el lugar, las nubes grises también forman parte del paisaje.