Por: Paola Ruiz, Juan Villalobos y Valentina González
Estudiantes de Comunicación Social y Periodismo, sede Pitalito
“El pequeño mono, sin saber, se despidió del humano que lo amó una vez”, expresó Lorena Gómez, la comunicadora social de la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM), quien en medio del sendero adornado por el intenso verde de los árboles, fundido con el dulce canto de las aves, contaba una a una las historias de los animales enjaulados.
Al sur del Huila se ubica el Valle de Laboyos, lugar de calles inundadas entre concreto y caos vehicular delimitado por inmensas montañas que albergan un abanico de especies que habitan entre cielo y tierra, con múltiples melodías que convergen con el unísono cantar de la naturaleza. Una que siempre es beneficiosa para el ser humano, y riesgosa en sus manos.
La fauna de este paraíso sureño, al igual que en otros diseminados por todo el país, vive en constante amenaza por los traficantes de animales. Entre el año 2017 y 2024 se reportaron más de 8.239 animales traficados en Colombia; solo en 2022, el departamento del Huila reportó 791 individuos reintegrados a su hábitat natural; de los 1339 que atendieron, 153 corresponden a aves, 301 fueron mamíferos, 336 reptiles y un artrópodo. Si bien estas cifras representan en números la realidad de la problemática, se quedan cortas ante las precarias condiciones en las que son rescatados todos estos seres vivos, animales que dejan de serlo desde el momento en que son insertos en hábitats ajenos a su naturaleza, arrebatándoles desde su libertad hasta su instinto.
“Sorprendentemente, entre mis labores está: enseñarle a un ave a volar, a un mico a pelar un banano y a una tortuga a nadar”, comenta Luisa Fernanda Jaramillo, bióloga del hogar de paso de la CAM, quien se encarga paradójicamente de redimir los daños ocasionados por la tenencia indebida de estas especies en hogares que no son los adecuados y en los que terminan desarrollando conductas que no son las propias.
Luisa, desde su profesión, ejerce el rol de cuidadora en un proceso que requiere de mucho tiempo, paciencia y sobre todo mucho amor, porque no es fácil, aunque parezca, lograr que un animal de estos se adapte a las condiciones que el entorno les exige. Además, este proceso de enseñanza, quiéralo o no, crea vínculos mutuos, hasta el instante en que debe prepararlos para enfrentarse al mundo al que pertenecen y del que nunca debieron ser extraídos.
Una nueva oportunidad para vivir
El hogar de paso se constituye en un recinto donde los animales son acogidos y evaluados: “se define, bajo ciertos criterios, la permanencia y manejo de cada animal que llega a nuestras manos; se determina si se va a proceso de hospitalización, liberación inmediata, o, ingresó al centro de valoración y atención en Teruel (CAP)”, comenta Nancy Ramírez, médico veterinaria del hogar de paso seccional sur por más de cinco años.
Nancy camina entre áreas de cuidados, topándose con las miradas de ojos indefensos que tras muchos meses de rehabilitación física y biológica han logrado recuperarse, tan solo un poco, de las profundas heridas que les dejaron; su trabajo, dedicación y compromiso han ayudado a más 791 ejemplares de fauna silvestre, que a lo largo del 2022 fueron devueltos a su hábitat natural en áreas protegidas y ecosistemas estratégicos del Huila, a los cuales se le brindan las condiciones para su recuperación y posterior supervivencia.
Lo que para algunos es tráfico de fauna silvestre, para otros es solo amar con intensidad un animal que por sus características estéticas puede llamar la atención de todo aquel que le escucha decir una palabra. Este es el caso de Aliss Marina Castellanos, una mujer de 56 años, oriunda del municipio de Guadalupe. Aliss se ríe a carcajadas junto a sus pequeñas loras Roberto y Maily, “ellos son mis hijos, y me muero si no llegan a estar”, expresa Aliss mientras sus mejillas rozan la cabeza de Roberto.
Maily llegó a su vida en el año 2016. Siempre había deseado tener una lora, pues le parecía sorprendente poder comunicarse con este animal. Es por ello que pasó años buscando quién le regalara o le vendiera un ejemplar de esta ave, búsqueda que se tornó difícil. Hasta que un día llegó un vecino de la zona con unas cuantas aves que se había encontrado en un árbol; el hombre las bajó y las llevó a casa de Aliss, quien en medio de una negociación, pudo obtener su anhelada lora por tan solo 75.000 pesos.
Roberto llegó de forma distinta. Su dueño había fallecido y necesitaba urgente un nuevo hogar. El sueño de Aliss se hacía más grande, así que aceptar un nuevo loro no sería problema. “Roberto y Maily se odian, no pueden estar juntos”, comenta Aliss mientras se ríe de la relación problemática entre sus dos loras, quienes no soportan compartir el mismo palo y mucho menos la misma dueña. En algún momento de la tarde se comentó si ellos podrían volver a su hogar, Aliss sin tapujos respondió con un rotundo no, explicando que no había más hogar para ellos que su casa, y que en cualquier momento podrían salir volando hacia la libertad que “algunos” creen que ella les arrebata, pero que deciden estar en su casa, posados en sus hombros y acariciándose en sus mejillas.
Y es que esos “algunos” que nombraba Aliss son aquellos que buscan evitar la domesticación de fauna salvaje. Como el Intendente Óscar García, del grupo de Carabineros y protección ambiental, quien trata de cumplir a cabalidad la Ley 2153 de 2021, la cual establece un sistema integral de información, registro y monitoreo para combatir el tráfico ilegal de fauna y flora silvestre. “Yo les dije que arrestaran a la señora, pero estaba con sus dos hijos. Solo podíamos quitarle el mono”, dice el Intendente García sobre el caso de una familia indígena que en el año 2022 llegó al municipio de Pitalito desde el departamento del Putumayo.
Esta familia, conformada por una madre cabeza de hogar y sus dos hijos, traía consigo un pequeño mono envuelto en una cobija de lana. Al llegar a la zona urbana de Pitalito fue inevitable pasar desapercibidos con el pequeño animal, encontrándose en la terminal de transporte con el cuerpo de carabineros al mando del intendente García. “Yo no me encontraba en el momento que fue descubierta esta familia con el pequeño mono. A mí me llamaron y me contaron la situación. La primera orden es arrestar, pero al ser una madre en compañía de sus hijos se debía llevar un proceso más cuidadoso. Al llegar al sitio tuvimos que arrebatar el animal de los brazos de los pequeños”. Comentaba el intendente García mientras cargaba una tortuga que hacía pocos minutos habían recogido en una casa de familia.
El intendente hizo énfasis en las diferentes caras del tráfico animal, desde la problemática legal hasta la cultural, que se ven inmersas en el proceso de domesticación de fauna salvaje. Domesticar fauna silvestre no solo representa un hecho delictivo ante la ley, sino también una latente alteración al ecosistema. Estos daños ocurren tanto para la especie, que posiblemente sufrirá repercusiones fisiológicas por alimentación indebida, como para el humano que sin saberlo pone en riesgo su propia vida.
Lo preocupante de este panorama es que «lo que no se ve, puede incluso hacer más daño, que lo que se ve». Esto es lo que comenta con gran preocupación Angélica Arenas, bióloga y docente de las Universidades Javeriana, Nacional y Surcolombiana sede Neiva, sobre los riesgos que representa el tener un animal no doméstico en casa; esto debido a que los parásitos visibles y que se pueden sustraer, conocidos como ectoparásitos, no son los únicos contra los que se debe combatir sino también los que son imperceptibles a la vista, los denominados endoparásitos que circulan en la sangre de las especies y que pueden ocasionar daños severos a la salud del humano o de otros animales.
Dos caras de la moneda
Más allá del frondoso y denso tema de la trata de animales, hay fibras tanto de las autoridades competentes como de las personas que expresan cariño y afecto a algunas especies. En el medio, un sutil hilo invisible: los riesgos latentes como la explotación, comercialización, y sacrificio por intereses banales que se esconden en intenciones sanadoras, milagrosas o simplemente de lujo y extravagancia. No hace falta conocer las historias detrás de los horrores que han perseguido a estos animales, puesto que el temor se cristaliza en: la desesperación de un mono que grita al ver únicamente hombres, el canto melancólico de un ave que llora al no poder expandir sus alas en el infinito azul de los cielos, y la agonía del zorro que fue arrastrado kilómetros en el guardabarros de un automóvil.
Esto evidencia las distintas visiones y conflictos en torno a la posesión y el amor de la biodiversidad local, donde cada acción que tomamos salvará generaciones de especies o, por el contrario, condenará el futuro de las especies silvestres del departamento del Huila. Depende en gran medida de las acciones de cada individuo por preservar su ecosistema, buscando que la integridad y bienestar predominen en cada ambiente que lo compone, en donde la conciencia respete la libertad de cada ser que ahí habita.