El pasado 5 de abril, el Área de Extensión Cultural de la USCO proyectó la película El Odio en el auditorio Olga Tony Vidales, por iniciativa del estudiante de Comunicación Social y Periodismo, Kevin Bonilla, y su proyecto de Cineclub Chicha y Cháchara. A este evento estuve invitado como comentarista, junto al realizador de cine y profesor universitario, Fernando Charry.
Por: Carlos Arnulfo Rojas Salazar, Editor General.
En 1995 el director Matheu Kassovitz estrenó La Haine (El Odio, en español). Esta película puede considerarse como un clásico del cine francés; no obstante, gracias tanto a los temas que trató, como a la manera de hacerlo, al innovar en los cánones de la narrativa visual, ha perdurado en el tiempo hasta el presente.
La película El odio abordó un tema tabú para mediados de la década de los noventa: la realidad de los suburbios de París. La sociedad estaba acostumbrada a romantizar a la capital francesa, hasta el punto de considerarla la ciudad del amor, tal como la enseñó Vicente Minnelli en Un americano en París, en 1951; Jean Luc Godard en Al final de la escapada, en 1960; Stanley Donen en Charada, en 1963; Bernardo Bertolucci en El último tango en París, en 1972; e incluso, más recientemente, Woody Allen en Media Noche en París, en 2011. Kassovitz presentó un rostro muy distinto de la ciudad Luz, lleno de pobreza, discriminación, racismo, exclusión y falta de oportunidades, donde no hay cabida para el amor, solo para el odio.
La película tiene a tres amigos de protagonistas: Vincent Cassel, Saïd Taghmaoui y Hubert Kounde. Cada uno pertenece a una etnia distinta: judía, árabe y surafricana respectivamente. Tienen en común el ser vecinos del suburbio parisino de Les Muguets y haber crecido lejos de la Torre Eiffel, la Sorbona, Museo de Louvre, Notre Dame e Inválidos; con ello, de los centros del poder político, económico, académico y cultural de Francia. Habitan la periferia, llena de crimen, falta de oportunidades y brutalidad policiaca.
Precisamente, la película empieza con un crimen policiaco. Adbel, otro joven habitante del suburbio y amigo de Vincent, es herido por la policía y se debate entre la vida y la muerte. A partir de este punto cero, Kassovitz nos enseña el paso del tiempo a través del avance del reloj, recurso que nos recuerda tanto la finitud de la vida, como la fatalidad del destino. No es la primera vez que un director de cine recurre al avance del reloj. En 1936 Alfred Hitchcock lo usó en su primer Sabotaje.
24 horas para el final. 24 horas para la fatalidad. Cada cierto tiempo el director nos enseña el reloj y, con ello, nos indica que vamos hacia el destino del que no pueden escapar los protagonistas.
Vincent es un joven iracundo lleno de odio, que sueña con ser un gánster. Es un vago que no hace más que quemar el tiempo. Sueña con cobrar venganza y matar a un policía. A uno de esos corruptos que tienen a su amigo en el hospital. Para ello, cuenta con un revolver, sinónimo de poder, que se lo ha quitado a las fuerzas del orden en una de las revueltas realizadas en su suburbio, tras la arbitrariedad cometida contra Adbel.
Hubert es un joven racional. Trata de ver la lógica de los acontecimientos, de adelantarse a las consecuencias de sus actos y, por eso, constantemente se enfrenta a la irracionalidad de Vincent. Trabaja para ayudar a pagar los gastos de su familia y practica el boxeo en un gimnasio decadente.
Por su parte, Saïd se caracteriza por ser un mediador, por buscar la conciliación de las diferencias de sus dos amigos. Va y viene entre ambos y a veces guarda silencio para no entrar en conflicto. Esto queda evidente en el plano de los tres espejos, donde Saïd está en medio de Vincent y Hubert.
Como en la película Caracortada de Howard Hawks de 1932 y en su remake de 1983 de Brian De Palma, un cartel señala a los protagonistas de El Odio que «El mundo es tuyo«, para denunciar la ironía de tener poder, simbolizado en el revolver, mas no el control de la vida. Estos son tan audaces que transforman el contenido del mensaje a «El mundo es nuestro«. Pero el mundo no es de ellos, sino de los que tienen realmente poder; de las elites que van a las galerías de arte, que visten a la moda y conservan la etiqueta; aun así, los tres jóvenes les disputan el poder aunque mueran en el intento.
En una escena de la película Kassovitz apaga la Torre Eiffel, haciendo énfasis visual en el caos de París. No es la luz sino la oscuridad la que reina en esta metrópoli, que se parece más a Ciudad Gótica sin Batman en una película de cine negro. Esta característica se ve permanentemente en el largometraje, dado que está filmado en blanco y negro.
El caos está por todas parte, incluso en la narrativa visual que se concentra en detalles sin sentido, que entran y salen del montaje. Como el anciano del baño, que habla del placer de defecar y de su amigo muerto en Siberia, o la chica del metro a la que sigue la cámara sin estar vinculada al argumento de la película. Son estos detalles los que hacen que Kassovitz nos enseñe cómo es la vida de tres jóvenes de los suburbios de París, que transcurre entre sus propósitos de venganza, el azar de la cotidianidad y el destino fatal que los espera.
Vincent puede vengarse de la injusticia cometida contra su amigo, quitándole la vida a una tercera persona: un neonazi que se cruza en su camino. Aunque ha enseñado su coraje de gánster a lo largo de la película: frente al espejo, su familia y sus amigos, no es capaz de cegarle la vida a nadie. Es un joven lleno de odio, mas no de maldad.
Por el contrario, un policía, símbolo del poder establecido, al que conocieron los tres jóvenes e incluso llegaron a considerar como correcto, sin mediar palabra y al final de la película mata a Vincent. ¿Qué hará Hubert, la razón? Tiene en sus manos el revolver que aquel portó a lo largo de 24 horas.
Galería fotográfica de la proyección de la película El Odio (fotos de Lina Marcela Embuz). De izquierda a derecha, Fernando Charry, Kevin Bonilla y Carlos Rojas.