Alvaro Suescún Toledo, editor de la revista cultural La Lira y uno de los más versátiles y productivos periodistas culturales del país y de la región caribe colombiana, ofreció al portal Suregión a modo de colaboración especial, la siguiente reseña sobre una reciente novela del barranquillero Miguel Falquez Certain, que fue leída en Barranquilla días atrás durante la presentación del libro. La reseña crítica de Suescún, nos sumerge en las aguas cálidas de la vida literaria de la capital del Atlántico y en la obra literaria de dos de sus exponentes más originales. Gratitud especial con Marcos Fabián Herrera, quien sirvió de puente para materializar esta valiosa colaboración literaria.

Por: Álvaro Suescún T.*, especial para Suregión.

suescun_alvaro@yahoo.es

Miguel Falquez Certain es un escritor barranquillero, residente en Nueva York desde hace 40 años, que conserva la virtud de haber estado apegado a su casa, a un costado del colegio Lourdes y apenas a un par de cuadras del viejo estadio municipal, más que a su barrio y todavía más que a la ciudad que lo vio crecer.

Lo comprueban sus constantes alusiones en las que hace testimonio de su paso por su adolescencia en la práctica de una narrativa impregnada de elementos autobiográficos, la acumulada historia de sus antepasados  y unas sensibles maneras de rehabilitar las experiencias de su niñez y de su juventud, expandiéndose en ocasiones hasta los descubrimientos de su sexualidad, en las aventuras de los bailes y de los juegos, que van dando lugar a los romances en amenos y frecuentes episodios con que alimenta su obra literaria, tanto sus poemas, como muchos de sus cuentos y esta novela que presentamos. 

No ha sido recurrente nuestra amistad, pero sí el reconocimiento ponderado a su obra literaria. Alguna vez me envió desde Nueva York una crónica sobre Marvel Moreno, escritora de estos mismos patios que llegó a ser considerada por la revista Cromos como una de las cien mujeres más influyentes en la historia de Colombia. Fue ella quien, en 1990, cinco años antes de su muerte, subrayó en aquella narrativa, cuyos personajes eran Carlos Alberto Rivadeneira y su padre, que ya rondaba una novela.

En otra ocasión Falquez me envió unas memorias sobre su amistad con el pintor cartagenero Rafael Panizza, muerto anticipadamente en ejercicio de su juventud en 1990. Debo agregar a sus envíos alguna reseña sobre su obra, como también algunos poemas y cuentos que conservo y siempre leo, sin premuras y con delite.

Llamó mi atención la manera descriptiva de esos encuentros con Panizza, de quien aún no cesamos de exaltar su brillante dominio de las artes plásticas. Sucedieron aquellos acercamientos en unas funciones de los miércoles cuando Falquez presentaba una película, a la que antecedía una breve introducción descriptiva y finalizaba con un debate sobre lo acontecido en la pantalla, en lo que vino a conocerse como el “Cine Club de la Alianza”, uno de los primeros intentos de cineclub organizado con esas pretensiones en esta ciudad (Barranquilla), gracias al notorio respaldo deClaude Mazet, director de la Alianza Colombo-Francesa. Rafael tendría 19 años y Miguel, que cargaba  23 y tenía en sus planes estudiar en Madrid, comenzó a tomar juiciosos apuntes que fueron la génesis de este robusto mamotreto de 686 páginas, diseccionados en 24 capítulos, hechas realidad por editorial Escarabajo en agosto hace un par de años.

Poco después, ya en Nueva York y en 1977, debió hacer una propuesta para ser aceptado en un taller de narrativa en Columbia University, orientado por el narrador argentino Manuel Puig, célebre en esos días tras su publicación de El beso de la mujer araña por Seix Barral, editorial de Barcelona. La trama pudiera resumirse en las relaciones que establecen, durante la dictadura militar argentina, un activista político y un homosexual en la celda de una cárcel bonaerense dando lugar a lo que, muy escuetamente, pudiera ser la concreción entre dos intimidades, la de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre y la de un preso de conciencia, resumen de lo que, en la caldera de las emociones de aquellos años 70s fue envuelto en aquella consigna que prontamente tuvo arraigo universal, “Peace and love” (No hagas la guerra, haz el amor), con sus connotaciones de revolución sexual añadidas a las de una revolución política, preconizadas desde las banderas de la juventud. 

A comienzos de 1980, en el último semestre de sus estudios de literaturas romances, en Hunter College, Falquez tomó un taller de narrativa cuyo resultado fue “Confusas alarmas”, cuento en el que irrumpe Carlos Alberto Rivadeneira, el personaje que en adelante enriquecerá con sus experiencias estas narrativas. Aquel cuento y aquel personaje llegaron juntos, con Miguel Falquez, a un taller dictado por el escritor cubano Reinaldo Arenas, cuya presencia intelectual, unida a su homosexualidad desafiante, le habían causado sensibles confrontaciones con los  lideres de la revolución y, de paso, fueron causantes de una sensible fractura entre los integrantes del denominado “boom” de la novela latinoamericana, cuyas cabezas más notorias fueron las de García Márquez y Julio Cortázar en el apoyo al gobierno cubano, y de Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza del lado de Arenas y de los anticastristas.

Es en ese taller con Reinaldo Arenas en el Center for Inter-American Relations (hoy, The Americas Society), donde adquiere forma “Confusas alarmas” que, junto con otras narraciones de aquellos años, Falquez reúne en Triacas, publicado en Nueva York por Book Press, en 2010. Hay otras narraciones escuetas, con el mismo trasfondo de aquella juventud exploratoria, tengo en la memoria aquel cuento “Y ¿cómo es parada, padre Infante?”, premiado en el concurso “Carlos Castro Saavedra”, de Medellín, en 1994, que fue recogido en la antología Bésame mucho. Nueva ficción latino gay, en Nueva York, cinco años después, en 1994.

Son narraciones del despertar a la sexualidad de un protagonista en su trance por aceptarse como homosexual en su adolescencia y su reconocimiento, algunas veces de forma beligerante, ante sus condiscípulos. Al otro lado del hilo conductor está Nueva York, como parte de las locaciones, ciudad que recorreremos de la mano de Carlos Alberto, en un gran paseo de emociones que transcurren mientras tropezamos con personajes y acontecimientos poblando la vida real, mezclados con otros que subyacen en la historia, como John F. Kennedy, Charles Lindbergh, Juan Vicente Gómez, Malcolm X, Lupe Vélez, Libertad Lamarque, María Félix, Rosa Carmina, La Lupe, Domingo y Julián Soler, Eduardo Davidson, y con ellos la revolución cubana, Mayo del 68, el festival de rock en Woodstock, la presencia escénica de Los Beatles, la guerra del Vietnam, junto a sus experiencias como prestidigitador profesional y como mago ilusionista, a temprana edad.

       De regreso en Barranquilla avanzaremos por las calles de la ciudad efervescente, sus bares, los distintos eventos colegiales y los bailes de salones, las fiestas de cumpleaños y del carnaval, mientras adquiere forma la urbe que crece alrededor de la fábrica de Cocacola, muy cerca de donde vive el narrador mientras Alfonso López Pumarejo, el padre Camilo Torres, Enrique Olaya Herrera, Los Tornados, y un sinfín de personajes de la criollesca vida municipal cobran vida desde su propio ángulo en la trama. La materia prima es la misma que da vida a Falquez, y ella está surtida de elementos de su biografía, dando lugar a una realidad que nunca tuvo presencia, es decir, las situaciones son imaginadas o han dado lugar a hechos que, puestos en la trama, sufrieron modificaciones o, en el mejor de los casos, fueron inventados en su realidad de novela.

Es en estos ejercicios de narrativa donde encontramos el origen de La fugacidad del instante, terminada en 2015. Serán entonces, mal resumidos, la suma de sus años de vida y de trabajo silencioso en Nueva York, dando forma a esta novela que, a su vez, ha tomado muchas formas hasta poder exhibirla como una narración fluida desde el punto de vista del protagonista cuando tiene apenas 17 años, en los meses que anteceden a su graduación como bachiller en un colegio de sacerdotes jesuitas. 

No es entonces solamente la historia de un personaje-narrador, el joven Carlos Alberto Rivadeneira con todas las peripecias de su aprendizaje, son también el reflejo de unas aguas en apariencia inmóviles que dieron lugar a la mayor revolución del siglo XX, de la cual también fuimos protagonistas desde los desolados paisajes de nuestros pueblos costeños.

* ALVARO SUESCUN TOLEDO

       Barranquilla. 17 de mayo de 1951, Periodista Cultural, especialista en Gestión Cultural del Min de Cultura, 1995. Director de la Feria del Libro de Barranquilla, 2016. Premio de Periodismo Cultural, Ernesto Mac Causland, 2014 y Premio de Periodismo Cultural, Germán Vargas Cantillo, 2019. Miembro del Comité editorial de las revistas Viacuarenta de la Biblioteca Piloto del Caribe y de la Revista musico cultural La Lira, de la cual también es su editor.

Conoció y compartió momentos especiales con algunos de los más connotados personajes de la cultura regional, entre ellos Jorge Artel, Gustavo Ibarra Merlano, Ángel Loochkartt, Carlos Franco, Meira Delmar y Esther Forero, sobre quienes escribió sendos libros.

De la investigación periodística realizada sobre la vida y la obra de Jorge Artel, “el poeta de las negritudes”, es fruto el libro De la vida que pasa (1997), un análisis crítico de su obra periodística. También Artel, un marinero que canta en proa (2000), un análisis extenso sobre la poesía marina del ilustre bolivarense y una recopilación de esta. Y Negro soy desde hace muchos siglos, la biografía de Jorge Artel, en preparación. El Carnaval de Barranquilla está descrito en las tareas de divulgación y de montaje escénico de Carlos Franco contenidas en el libro, Danza en el recuerdo (1994). De las extensas conversaciones con el poeta cartagenero Gustavo Ibarra Merlano, el resultado es Ceniza salobre (2001), un repaso de los principales momentos de su vida. La obra pictórica de Loochkartt está descrita de manera pormenorizada en el libro Retratos de Ángel, publicado por Editorial Letra Clave en 2017. De sus conversaciones con Meira Delmar queda el libro Breve encuentro, publicado por la Secretaría Departamental del Cultura del Atlántico en 2019. Y la vida musical de Esthercita Forero está segmentada en múltiples relatos publicados en revistas y periódicos de amplia circulación que serán recogidos en La luna de Barranquilla, libro de próxima aparición.

Ha escrito más de 300 artículos publicados en El HeraldoDiario del CaribeEl Universal (Cartagena), y en revistas especializadas como Viacuarenta (es miembro de su Comité Editorial), Puesto de CombateCasa SilvaOlasExtraUnicartaActualLa Lira (es su Editor y miembro de su Comité directivo), entre tantas otras. 

Es el Coordinador Editorial de la Fundación Letra Clave que ha publicado una decena de libros, muchos de ellos de poesías. Dirigió la colección Caribe Adentro de Editorial Collage, publicando más de 70 libros de autores del Caribe colombiano. Fue coordinador editorial y editor de la serie “García Márquez, genio universal del Caribe”, compuesta por diez títulos de autores especializados en nuestro premio Nobel, entre ellos el crítico francés Jacques Gilard, los periodistas Julio OlacireguiJorge García UstaGustavo Tatis GuerraJoaquín Mattos Omar, y es autor de uno de estos libros, una compilación titulada Gabito nuestro de cada día.

Con Miguel Iriarte y Joaquín Mattos Omar ha hecho gran camaradería cultural desde aquel primer programa radial consuetudinario sobre poesías en Barranquilla, “Canción de la vida profunda”, que se transmitió durante tres años por Radio Cultural Uniautónoma, desde 1983. Con Aníbal Tobón y Eduardo Márceles hizo “La Vuelta a la manzana”, crónicas históricas de Cali, Cartagena y Barranquilla, publicadas por el Ministerio de Cultura; los Concervezatorios, charlas sobre filosofía de la cotidianidad, y fueron socios en Caza de poesía, un lugar de encuentro, además de otras actividades culturales en amena complicidad. 

Como analista de artes visuales ha publicado cientos de reseñas sobre los autores colombianos más destacados; es el coordinador de artes de Casa Moreu; mantiene un muro en Facebook llamado “Retrato hablado”. Sobre estos temas del arte hace reseñas y exposiciones de modo permanente, la más reciente de ellas el mes pasado en la galería de La Aduana.

         Ha publicado, además El Arte de los años ochenta en la Costa Atlántica (1991); Los Acuarelistas del Caribe colombiano (1992); La Provincia de la Zona del Mar (1993); Patrimonio Arqueológico del departamento del Atlántico(1995); Carnaval de Barranquilla, su música y su historia (2003); La Vuelta a la manzana. Historia de los barrios populares de Cali (2013); Gabito nuestro de cada díaGarcía Márquez, historias de vida en el Caribe Colombiano(2016); Retratos de Ángel, examen de la obra artística de Ángel Loochkartt (2017) En la vía a Calamar, biografías de Ramón BaccaJulio Olaciregui y Álvaro Barrios (2019)