Álvaro Córdoba Farfán ha conseguido ser reconocido- por la intensidad poética de sus letras- como el compositor del amor. Sin importar que no sea fácil ser el portavoz humano de un sentimiento tan universal, por la exigencia simbólica que eso implica.

Por: Luis Carlos Prohaños, periodista Suregión

Con 82 años encima, el pelo completamente encanecido y una voz que ya no tiene la misma vibración de antaño,  el maestro se sienta en el andén de su casa a contar su historia, y pasa  desapercibido entre sus vecinos de un barrio de la ciudad de Neiva.

Sus inicios en la composición

Álvaro Córdoba Farfán (Neiva, 1936)  y la música siempre tuvieron un destino convergente. Aprendió a tocar guitarra viendo, cuando en su infancia se sentaba a apreciar un concierto familiar que acostumbraba a dar su tío político Luis Carlos “El pipa” Prada. Luego de tantas tardes de ver queriendo aprender, la música le  inoculó el alma y empezó una vida musical momentáneamente silenciosa con su guitarra de 15 pesos, que posteriormente se convertiría en insignia de un sentimiento.

Al maestro Córdoba Farfán le daba vergüenza mostrar las letras que escribía por miedo a la burla y el rechazo, hasta que 10 años después de haberse casado con el amor de su vida, Cecilia Rodríguez, escribió Diez Años y lo interpretó con la ayuda del Trío Huilense compuesto por él y las leyendas musicales Vicente Romero y Guillermo Calderón. A partir de ahí, el maestro  y su música  romántica y enamorada, se convirtieron, mano a mano, en un dueto que ganó en fama y calidad. En 1971 ganó el Concurso Nacional de Composición Jorge Villamil Cordovéz, pero ahí supo que no quería saber nada más de concursos ni competencias. “Los concursos pervierten la música”, sostiene.

La vida de Alvaro Cordoba Farfán sigue ajustada a una guitarra

El maestro Córdoba Farfán fue un viajero constante. Su trabajo con el campo y los animales, como inseminador artificial, le sirvieron mucho para poder ver y sentir los lugares más importantes de su tierra.

Compuso Veinte Años y con eso se garantizó la inmortalidad, la eternidad musical y el recuerdo mundial, pues esta canción ha sido un éxito y tiene la resonancia internacional de pocas canciones que se hayan escrito en el Huila.

La musa del maestro

“Mi esposa Cecilia Rodríguez fue mi mayor fuente de inspiración. Todas las canciones que le compuse fueron éxito”, confiesa el maestro en su trono del tiempo.

Cecilia Rodríguez Ramírez, natural del municipio de Colombia, logró que Córdoba Farfán se convirtiera en un sentimental empedernido. Fue el estímulo para él en todos los recovecos de los sentimientos del alma: en el amor, en tanto y en cuanto duró su matrimonio de 50 años, del que surgieron las canciones Veinte años, Diez años, Ofrenda de amor, Aniversario de bodas y Bodas de plata; y en el dolor: después de su muerte, cuando escribió bajo el desgarro de la congoja Tu partida.

Además de ser inspiración, fue su primer filtro de crítica para las composiciones simples o las que se empeñaban en ser comunes y fue una de las promotoras del epígrafe de la creación del maestro: hacer música que se distinguiera en su singularidad.

Fue su compañera de vida, su influencia y su amor. Si el tiempo le diera al maestro la oportunidad, dice, quisiera que su vida regresara hacia el pasado, tener veinte años menos y volverla a conocer, y no lo dudaría, se inclinaría porque fuera su novia y su mujer.

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Convirtió su vida en un andar romántico y bohemio. Confiesa que el mejor estado para crear música es cuando se está en la resaca de la fiesta, porque, dice, allí se está mucho más tranquilo. Álvaro Córdoba se volvió una insignia de la creación auténtica. Se transformó en su propio crítico y así ha logrado superar la cifra de 270 canciones creadas y 40 grabadas. Dice que no se considera un compositor importante y que es muy difícil vivir sólo de la música. Confiesa que una vez, en una estadía en Medellín lo invitaron a un programa musical de televisión con la condición de que sólo cantara Veinte Años, y que los convenció de su fuerza musical cuando tocó Los Nietos y todo el auditorio se hizo júbilo y exaltación. Álvaro Córdoba Farfán tiene virtudes incalculables: la facilidad de composición: puede y pudo componer una canción con sólo ver o tener una imagen de algo; ser abanderado del amor sin caer en la  sensiblería,  y su  sencillez humana que lo lleva a decir que no es alguien importante, aunque quienes han disfrutado de su música por décadas piensen otra cosa. Nunca le ha importado el tiempo, ni su paso ni su peso.

El maestro Córdoba es uno de los pocos compositores nacionales que ha podido ganarle a Villamil una disputa de importancia y popularidad musical. Fue en un concurso que llevó a cabo el Ministerio de Cultura. Sin embargo, por la importancia y la reputación de Villamil el premio se lo terminó llevando el médico. A pesar de eso, tiene a Villamil en uno lugares más altos de su admiración. “Villamil no tiene canción mala. Todas llegan al alma de la gente”, ríe el maestro.

Así es Álvaro Córdoba: una canción apasionada, una vida en creación permanente, una guitarra café de la que se desprenden ritmos y letras: los rostros del amor, de la realidad, que ha andado su vida en compás, en armonía. Ahora, sentado en la calma de la vejez, se ve como un patriarca que se encarga de cuidar silenciosamente su legado, y confiesa que se siente tranquilo y satisfecho con su vida.

-¿Cuando pase el tiempo y sólo quede su música ¿Cómo le gustaría ser recordado?

-La ventaja de ser compositor e intérprete como lo soy, es que uno se muere pero la música queda. Yo quisiera que me recordaran como el compositor del amor.

«music expresseswhat i simply cannot» de Luis Carlos Proaños