El cronista  colombiano Alberto Salcedo Ramos estuvo en la Universidad Surcolombiana el viernes 25 de Mayo, en el marco del cierre de la cátedra de Literatura Nacional del programa de Lengua Castellana. Habló sobre la importancia de contar historias en el periodismo, pero trabajadas literariamente, y del alcance que pueden tener esas historias en sus lectores y en la sociedad. 

Por: Carolina Torres y Luis Carlos Prohaños, periodistas SuRegión

Alberto Salcedo Ramos es un caribe auténtico: gran conversador, célebre recordador de anécdotas y un poseedor de excelentes frases cotidianas para ejemplificar las situaciones de las que habla.

Por eso su charla, que duró algo más de dos horas,  tuvo tan buena acogida en el público del auditorio Olga Tony Vidales de la Universidad Surcolombiana, conformado por estudiantes de pregrado de esta casa de estudios, docentes universitarios  y un grupo de alumnos de bachillerato  del Colegio Claretiano de Neiva.

Uno de los mayores talentos no contados de Salcedo es su capacidad para atrapar a los que lo escuchan, como hipnotizándolos. Esto se explica por su ascendencia caribe, pues  creció en una familia en la que los abuelos le enseñaron a contar, así como por todos los libros que ha leído en su vida. Este periodista y escritor, natural de Barranquilla, actualmente tiene 55 años, y confiesa que el secreto de su alegría es trabajar en aquello que más le gusta: la lectura y la escritura.  Afirma que  escogió el periodismo como una ocupación en la que nunca se ha sentido como si estuviera trabajando. Y eso se nota, hoy Alberto Salcedo Ramos es considerado nacional e internacionalmente como uno de los mejores cronistas colombianos y aún latinoamericanos.

Con justa causa y un merecimiento que aún hoy es incalculable, el autor de grandes obras como La Eterna Parranda (2011), El Oro y La Oscuridad (2005) y Botellas de Náufrago (2015) se ha adentrado en el mundo exclusivo de los grandes narradores en periodismo que ha formado Colombia. Discípulo en la forma de García Márquez, y furibundo lector de Martín Caparrós, Alberto Salcedo Ramos es consciente de la necesidad de retomar el camino del periodismo narrativo. “No se trata solo de informar, sino de echar un cuento y buscar los insumos para poder contarlo”, afirma.

Alberto Salcedo Ramos  ha ganado 5 veces el Premio Nacional Simón Bolivar de Periodismo, así como el Premio Ortega y Gasset, y ha recibido varias condecoraciones no sólo por su trabajo narrativo en prensa, sino también por el trabajo hecho en la parte audiovisual, con el documental Vida de Barrio. Salcedo es un narrador sigiloso, que ha dedicado su vida a la escritura periodística, trabajada de forma estética.

Salcedo Ramos y sus escritos escenifican una época del periodismo: la del auge del género de la Crónica y la necesidad por escribir historias que sirvan como sustento histórico y biográfico de una sociedad. Dicho de otro modo: el periodismo ejercido como una rama de la  literatura.

Alberto Salcedo Ramos es, entre otras cosas, como escribió alguna vez Leila Guerreiro acerca de Gabo, una persona que ha demostrado que el periodismo bien hecho podía llegar a ser un arte, y que actúa en consecuencia.

Salcedo es un gran surtidor de frases buenísimas. Se le escucha decir, frente a su calvicie incipiente: “como dijo un amigo mío, ya tengo el punto penal en la cabeza”. De periodismo también tiene unas frases invaluables. Sobre el debate absurdo de la existencia de la objetividad en el periodismo y de la pretenciosa búsqueda de la verdad, recuerda una frase del escritor colombiano Héctor Rojas Erazo: “Me gustan los que buscan la verdad, pero desconfío de los que creen haberla encontrado”.

El punto supremo  llega cuando responde la pregunta inquietante  ¿Para qué sirve la crónica? Salcedo puntualiza: “Los cronistas tenemos lo que se conoce como el Síndrome de la orquesta del Titanic: aunque el barco se hunda vamos a seguir contando historias».

Salcedo Ramos  sostiene enfáticamente que la crónica es necesaria para poder darle forma y hacer visibles historias que normalmente, bajo la ruta informativa, quedan en el olvido de las notas cortas. El periodista, asegura que la crónica es una de las formas más útiles y sutiles de construcción de memoria. En un país como Colombia en el que se mata y se muere como un deporte nacional, Salcedo sostiene que  “escribir sirve para no hacerles el favor de olvidar tal y como pretenden los victimarios”. Salcedo es palabra y es acción-ejemplo, y una de las muestras es la formidable crónica que escribió sobre la masacre de El Salado, en la que dejó impresa una frase que bien podría ser una máxima filosófica sobre la situación social de Colombia: “Sucede que los asesinos —advierto de pronto, mientras camino frente al árbol donde fue colgada una de las 66 víctimas— nos enseñan a punta de plomo el país que no conocemos ni en los libros de texto ni en los catálogos de turismo”.

A Salcedo le preguntan de dónde salen las historias que cuenta. Y  responde:“Las historias salen de caminar, de oír hablar a la gente. Se trata de abrir la ventana, asomarse, para poder ver lo que hay afuera”.

Salcedo, el maestro, el periodista, el papá, tiene una diapazón sensible, y lo admite sin vergüenza alguna: “Soy muy llorón. Lloro por todo. Alguna vez mi hijo me dijo que yo lloro hasta despidiendo un camión de carga”.

Al finalizar su conferencia en el auditorio Olga Tony Vidales, Salcedo respondió preguntas de los asistentes, en especial de un grupo de jóvenes del Colegio Claretiano de Neiva, quienes acompañados de su docente de Lengua Castellana, lo homenajearon con numerosos cartelitos hechos en cartulina, y demostraron con sus interrogantes que habían leído con interés varias de sus crónicas.